LA ZÚA (Antonio Ortega) (04/06/2018)
Bueno, qué queréis que os
cuente, si estabáis todos, bueno, todos menos tú (Manolo Díaz, el Quijote),
como diría Sabina. Noche espectacular en la que nuestra habitual charla
distendida se transfiguró en una agradable velada monologuista con la
literatura como pretexto, y la vida social, el flamenco y el mundo gitano,
constituyeron el alma mater sobre el que discurrió la noche, que pudo ser
interminablemente amena.
Antonio Ortega nos dejó una
obra maestra de la oratoria que nos explica con claridad por qué su habilidad
para escribir, sus recursos y su experiencia de vida. Porque La Zúa, es un
mundo aparte de la Sevilla que vivimos la mayoría, una especie de gueto y
paraíso a la vez, donde la miseria no es miseria porque no se puede comparar
con la otra vida que discurre de la vía para allá y a la que nunca accedían.
Por Antonio nos enteramos
que su vida es el flamenco y mucho después va el periodismo y la literatura.
¿Qué se puede decir de un escritor que escribe descalzo para sentir el compás
del flamenco y darle ritmo, así, a las frases que enhebra?. Un gitano criado en
un mundo del que la mayoría de la sociedad no quiere saber nada y pasa de
puntillas ante sus reclamaciones sin entenderlas ni hacerlas suyas. Un gitano
que mira con nostalgia una infancia en el submundo de las 3.000 en el que era
feliz a su manera y no echaba de menos nada por no saber ni que existía.
Antonio Ortega retrata en
La Zúa su biografía y la de su entorno, con personajes entrañables y reales: un
padre, antiguo extra de cine que mira la vida desde su silencio y su sabiduría
mientras lleva en su alforja la chatarra que puede y la honradez por bandera,
manchada por una lata de melva; la tata, entrañable y educadora a sabiendas de
sus limitaciones; su amigo el gordo comilón; el abuelo, y tantos otros
personajes, sencillos unos, oscuros y rateros otros, mariquita alguno... y
hasta Cristo en la tierra en forma de futbolista caro. Y todo ello contado con
el lenguaje simple y nada curtido de un niño, un niño bueno, sencillo y
curioso, al que unos libros recogidos de la calle, le ayudan a cambiar su
destino de vida.
Durante las más de tres horas que duró la charla-monólogo, no se movió nadie para no perderse nada. Le dio tiempo a contarnos su vida, su literatura, los cinco años incansables e insistentes para escribir la biografía del Bizco Amate, regalárnosla, hablar de literatura y sobre todo de gitanos y de flamenco, que va muy unido, tuvo tiempo de todo menos de comer... no probó bocado. Y en esa charla en la que hubiera cabido la lectura de La Zúa completa y la historia del flamenco en fascículos, nos quedamos con la satisfacción de descubrir a una gran persona, un enamorado del flamenco y de la vida, y nos quedamos con las ganas de volver a disfrutar de su compañía. ¡Gracias, Antonio!
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