EL BESO DE LA MUJER ARAÑA (Manuel Puig) (14/01/2019)


¡Es una historia de amor!, ¡Es una historia de amor!, ¡Eureka!, decía una y otra vez Fernando, seguro de lo que afirmaba, como poseído, entusiasmado por la sensación de haber encontrado la verdad, como un Arquímedes cualquiera. Claro, no todos estaban de acuerdo: puro sexo, decían algunos, y así, como por arte de magia, nos encontramos hablando de la homosexualidad. ¿Pero no era una tertulia literaria?, pues sí, pero ¿quién ha dicho que el amor y el sexo no son poesía?.
La homosexualidad… ¡ojo con lo que escribes!, que sales en los periódicos como un facha homófobo y trasnochado, y además, que sepas que Freud ya está una mijita anticuado. Hemos vuelto a la censura hiperfranquista pero de izquierdas: maricón no se puede decir, ni sarasa, ni bujarrón, ni pajillero, pero ¡joé! si no tiene estudios cómo demonios va a ser gay. En fin, discutimos como adolescentes sobre la homosexualidad, su naturaleza, sus formas y sus problemas y nos dimos cuenta de que después de instalarnos en la madurez, algunos rayando con la senectud, estábamos igual que en nuestra infancia. De repente alguien saca una frase de nuestra infancia tardía o de nuestra adolescencia temprana: “Hay dos tipos de maricones: los de nacimiento y los de vicio”, y veo que estamos como al principio de los tiempos, preguntándonos por qué unos son hombres a los que les gustan los hombres y otros son mujeres encerrados en cuerpos de hombres, y de ahí los distintos roles sexuales.
¡Puf!, vaya rollo, tantos años vividos y no nos hemos enterado de nada. En fin, volvamos a la pura literatura. “El beso de la mujer araña” nos relata la historia de ¿amor? ¿sexo?, modestamente entiendo que de amor, si no Molina no estaría al final de la novela mirando con la vista perdida en dirección a la prisión donde está Valentín; amor hay porque hay besos y ternura, así que le doy la razón a Fernando. Amor de un preso político y un homosexual mujer, mujer, mujer. Una historia repleta de conversaciones, de amor y de… películas. Un amor en el que el protagonista intuye que solo existirá mientras dure el encierro, porque sabe que Valentín, cuando salga libre buscará al amor de su vida y no volverá a pensar en todo aquello que compartieron.
Personalmente, entre los muchos recursos de Manuel Puig, me encantaron los silencios en forma de puntos suspensivos, silencios elocuentes que ayudan al lector a comprender los pensamientos, las contrariedades, los agobios, de ambos protagonistas.
Molinita, persona cariñosa, entregada, dadivosa, consigue obtener la confianza de Valentín, hombre con una capa dura, recia, pero con una necesidad de cariño que no entraba en su estrategia política, a base de amenizarle los días largos y lúgubres de la escasa y angustiosa celda con la narración de antiguas películas, a las que sabe revestirlas de interés, casi como si las estuviéramos viendo o como si fuéramos parte de ellas. Y, cosa curiosa, a varios de los presentes lo que más les gustó de la novela fue la narración de las propias películas, con sus detalles femeninos: un escote palabra de honor, las medias brillosas, los zapatos negros de tacón alto y grueso, el color y la forma de un vestido, la descripción de la protagonista… Molina mete al lector en la celda y lo hace partícipe de sus películas, las disfrutamos como si estuviéramos sentados junto a Valentín; expectantes, intrigados, esperando el desenlace y temiendo que llegue.
Un drama hermoso y duro, en el que se intenta mostrar las dificultades y la soledad del activista político en el régimen militar argentino, y las dificultades sociales y la soledad empedernida del homosexual en el mismo contexto político, algo a lo que encontramos explicación en el momento que Manolo nos revela la condición homosexual de Manuel Puig.
En resumen, un gran libro, lleno de fuerza y de mensajes sociales, que nos ha envuelto en ternura y admiración por el contenido y por la forma. 
             Nota: 8,5 
Ricardo Ferreiro


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