EL MAPA Y EL TERRITORIO (Michel Houellebecq) (10/09/2018)



Es para estar contentos: el grupo aumenta en cantidad y calidad. Gente participativa, enrollada, dinámica. Houellebecq logra que el debate se prolongue y, como siempre ocurre cuando se trata de este autor, las reacciones son variadas: me encanta, no me gusta, me pone de los nervios… lógico, es Houellebecq y con él llegó la polémica. Sin embargo, ahí está el 8,5 de valoración que demuestra que a la mayoría nos enganchó. El libro es redondo, incluso en lo literario, algo no habitual en el autor de Las partículas elementales, porque si alguien no lo tenía claro, Houellebecq escribió esta obra, vamos que si no te has enterado es porque no te has leído ni veinte páginas. La publicidad a su libro, a la casa Audi, al Carrefour y a las Guías Michelin se dejan caer por doquier.

La novela parte de ese pesimismo personal y social que brota en sus obras. Jed Martin, a nuestro parecer alter ego del autor, se dedica al arte más absurdo del mundo (bueno, los hay peores), fotografía guías Michelin y realiza ampliaciones de fotografías satélites… y se las compran, e incluso le sirve para conocer al bellezón de Olga. Lo cierto es que esa relación no parece estar muy conseguida en el libro; de alguna manera, el autor nos describe a Olga como un pedazo de mujer y a él como un papanatas que habla solo con su caldera y que deja pasar de largo a su amante, por segunda vez (acordaos de Geneviève), incluso, cuando al cabo de los años, vuelve a ver a Olga, no parece muy interesado en ella, llegando incluso a olvidar si llegó a hacer algo en la cama con ella, ¡por Dios, qué desperdicio!.

El señor Martin, al cabo del tiempo deja la fotografía y se dedica a su oficio más exitoso: la pintura. Esos cuadros con esos nombres y temáticas tan sociales y absurdos no dejan de revalorizarse hasta el infinito, se entiende que el autor lo que hace con ello es ridiculizar a algunas formas de arte y a sus compradores. En este período inicia una relación amistosa casi testimonial con el propio autor, que se autodescribe como solitario, huraño, viejo y nada agradable (como en la vida real). En fin, uno ha visto autores que entran en su propia ficción, pero que son asesinados y cortados a cachitos, la verdad que solo se le podría ocurrir al autor de Las partículas elementales.

Otro aspecto importante de la trama es la fría relación con la familia; una madre suicida, un padre que al final de sus días descubre que tiene más que ver con él de lo que pensaba, y que también se suicida, y donde en esa paliza a la empleada del negocio del suicidio, se le puede ver
la única reacción humana que le saca de su atonía permanente.

La vuelta al pueblo de sus orígenes define la penúltima parte del libro, pueblo al que pone por los suelos junto con sus habitantes y donde se compra una casa, la amplía y abre puerta por donde no tenga que ver a sus paisanos ni mezclarse con ellos; vamos, un tío sociable donde los haya. Esta evolución hacia los orígenes se repite también en Houellebecq.

La última parte del libro remeda la novela negra, se convierte en una búsqueda del asesino de Houellebecq; que por cierto, la palma y sigue escribiendo el libro, ¡qué cosas!, con esta última parte se ridiculizan las pesquisas policiales y convierten la resolución en una coincidencia. El lector se devana los sesos buscando al culpable entre los actores de la novela y resulta que aparece un tío de repente, como por arte de magia, y ahí está el culpable. La verdad es que en este desenlace se ha lucido, aunque siempre nos quedará pensar, siendo quien es, que nos sigue tomando el pelo descaradamente.


En fin, creo que Houellebecq, con su tono agrio y pesimista de la vida y de la sociedad occidental, elabora una novela muy bien escrita, donde, a modo de sarcasmo, ridiculiza ciertos valores del mundo del arte, personificados en protagonistas silenciosos, amargados, sobrevalorados y con una mueca, porque la sonrisa no le sale, se ríe de los thrillers, coquetea con el suicidio y nos plantea un panorama más bien oscuro… pero que nos ha hecho disfrutar. 

Ricardo Ferreiro

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