DEL COLOR DE LA LECHE (Nell Leyshon) (04/04/2018)
Pues sí, tenía que homenajearse a la
mujer trabajadora porque la anterior reunión la celebramos el 8 de marzo y, claro,
las damas reclamaron su parte de protagonismo que el bueno de Pablo Portillo
concedió proponiendo este nuevo libro.
Hay que decir que la obra fue
aclamada por todos los presentes, cosa que se percibió en que casi hubo que
echar a empujones a la mayoría que se negaba a dejar de rajar sobre tan
interesante libro y nos daban las diez y las once, las doce y la una (bueno, me
he arrancado por Sabina, pero no duró tanto, la verdad). Lo primero que se
comentó fue que el libro a unos les recordaba a La familia de Pascual Duarte, a
otros a Intemperie e incluso, por el lenguaje infantil, hubo quien mencionó a
Las cenizas de Ángela.
El debate fue tan profundo que hasta
se discutió sobre el color del cabello de la protagonista; ¿blanco, o sea
albino? ¿rubia muy clara?, lo cierto es que tenemos a una chica de 14 años con
un defecto en una pierna, o sea coja, aunque la autora no lo diga, analfabeta y
lista como el hambre. Vive en una granja, que Juan Carlos porfía que es en
Gales, no sé por qué, feliz dentro de un mundo rudo y adverso junto con otras
tres hermanas, un padre irascible que necesita el varón que no tiene para
trabajar el campo, una madre casi invisible y conformista, un abuelo que es su
sustento de cariño, la nota amable de la familia, y una vaca que ordeñar y a la
que querer. Mary es feliz en su mundo limitado y frío, agotador y escaso.
Por necesidades económicas, se le
obliga a vivir en casa del vicario y a cuidar de su mujer, que está muy
enferma. Ella, a pesar de las bondades de su nuevo hogar, echa de menos el
catre compartido con su hermana, a su familia y la belleza del horizonte de su
granja. Diligente, inteligente, cruda y sincera en sus observaciones, dice
siempre lo que siente sin pararse a pensar si es adecuado o no. Su sensibilidad
y su dulce trato la hacen imprescindible y querida aunque al principio de su
estancia, marcando territorio, la otra criada, Edna, le propina una leche del
color de la ídem que todavía me duele. Una Edna desgraciada, solitaria y gorda
o “metiíta en cannes” que guarda tres sudarios: uno para ella, otro para el
hijo que no tiene y el último para un marido que ya llegará a su vida, o no.
La historia está contada en pasado
reciente por Mary, después de haber aprendido a leer. Una vez muerta su señora
esposa, el vicario echa a Edna y se queda solo con Mary. La enseña a leer con
la Biblia como cartilla de parvulitos mientras le va metiendo mano a la pierna
buena, a la mala y a todo lo que le pilla, ejem, ejem. Mary soporta los
tocamientos y el propio sexo hasta el día en que aprende a enlazar frases. Es
en ese momento cuando se rebela ante la violación a que la somete el cabrón del
vicario y lo mata como a un cerdo.
Mary escribe desde su celda,
embarazada y sabedora de que la ahorcarán en breve, y lo hace con su lenguaje
de quinceañera, con frases cortas, sencillas, sin mayúsculas, porque sabe a
duras penas escribir lo que su brillante cabeza le dicta.
Brillante
novela, enternecedora, que describe una época oscura y unas condiciones de vida
marcada por la dureza del campo y por la rigidez religiosa, donde la mujer solo
es una herramienta para llevar la casa, satisfacer sexualmente al hombre y
procrear. Nos ha encantado…
Gracias Mary.
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