RAPSODIA GOURMET (Muriel Barbery) (06/11/2017)
Por qué no decirlo, no
es precisamente la mejor novela de esta escritora aunque su lecturanos llevó
hasta el final buscando quizás el plato especial que el protagonista moribundo,
Pierre Arthens, intenta recordar durante toda la trama porque le trae recuerdos
felices de su niñez.
Por la novela pasan varios personajes narrando en primera persona los hechos y mostrando normalmente, su antipatía más profunda hacia el desalmado y egocéntrico crítico gastronómico. Él va tejiendo su vida a través de la cocina y en la búsqueda de ese recuerdo de las papilas gustativas de su infancia, el resto va opinando sobre él, la mayoría lo odia, otros, como su mujer tienen dependencia obsesiva; hasta su amante tiene un problema de amor-odio. Vamos que aquí opina todo el mundo, hasta el gato y, para colmo, hasta la Venus de alabastro que tiene en su escritorio. Quizás se salve Violette, la criada, a quien le gusta el señor porque “un hombre que se tira pedos en la cama es un hombre al que le gusta la vida”. No deja de ser curioso que aparezcan personajes como Renée, la portera, o el propio edificio de la calle Granelle, de París, que la autora rescata de su afamada novela La elegancia del erizo.
“Amo a mi esposa, como siempre he amado los objetos hermosos de mi vida”, bueno, esta frase delata ya de por sí al personaje, así como esta otra “¿Qué son los hijos sino monstruosas excrecencias de nosotros mismos, patéticos sustitutos de nuestros deseos no realizados?”, digamos que es un individuo que maneja personas como se manejan objetos, decide sobre su futuro sin pestañear y todo ello sustentado en una fama mundial que lo hace invencible.
Lo cierto es que choca mucho que se sitúe al personaje en el umbral de la muerte sin una enfermedad terminal que determine que le quedan horas de vida y con la mente lúcida y todo para que la iluminación le lleve hasta los buñuelos de supermercado… y se supone que es crítico gastronómico de renombre mundial, ¡pues vaya!
Por la novela pasan varios personajes narrando en primera persona los hechos y mostrando normalmente, su antipatía más profunda hacia el desalmado y egocéntrico crítico gastronómico. Él va tejiendo su vida a través de la cocina y en la búsqueda de ese recuerdo de las papilas gustativas de su infancia, el resto va opinando sobre él, la mayoría lo odia, otros, como su mujer tienen dependencia obsesiva; hasta su amante tiene un problema de amor-odio. Vamos que aquí opina todo el mundo, hasta el gato y, para colmo, hasta la Venus de alabastro que tiene en su escritorio. Quizás se salve Violette, la criada, a quien le gusta el señor porque “un hombre que se tira pedos en la cama es un hombre al que le gusta la vida”. No deja de ser curioso que aparezcan personajes como Renée, la portera, o el propio edificio de la calle Granelle, de París, que la autora rescata de su afamada novela La elegancia del erizo.
“Amo a mi esposa, como siempre he amado los objetos hermosos de mi vida”, bueno, esta frase delata ya de por sí al personaje, así como esta otra “¿Qué son los hijos sino monstruosas excrecencias de nosotros mismos, patéticos sustitutos de nuestros deseos no realizados?”, digamos que es un individuo que maneja personas como se manejan objetos, decide sobre su futuro sin pestañear y todo ello sustentado en una fama mundial que lo hace invencible.
Lo cierto es que choca mucho que se sitúe al personaje en el umbral de la muerte sin una enfermedad terminal que determine que le quedan horas de vida y con la mente lúcida y todo para que la iluminación le lleve hasta los buñuelos de supermercado… y se supone que es crítico gastronómico de renombre mundial, ¡pues vaya!
Ricardo Ferreiro
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