LA URUGAYA (Pedro Mairal) (05/02/2018)


Con el frío que hacía y no hubo manera de persuadir a unos cuantos locos, más que nunca en número y en locura, en acudir a hablar de la novela de Pedro Mairal, la Uruguaya. Pero ¿hablamos de La Uruguaya o hablamos de la vida en minúsculas?, porque la vida, la vidita, es la que nos lleva a perseguir sueños posibles, a rebajar nuestras ínfulas adolescentes al darnos de bruces con la realidad. Lucas sueña con una quimera ¿quién de nosotros no lo hizo alguna vez?, una quimera lejana, etérea e irreal, con su Magalí que tuvo sin tener y que su mente y sus sueños transformaron en otra persona diferente, en la Maga uruguaya de Cortázar. Así, cuando se reencuentra con ella le parece una mujer bellísima, estaba incluso más buena con esos jeans y esa remera medio abierta en la espalda... pero no era la mujer de sus delirios de meses.
144 páginas que dan para escribir muchas más. Con un lenguaje fluido, sencillo, contado en primera persona a una segunda persona, no al lector, consigue enganchar sin perdernos en ese continuo ir y venir del presente al pasado y de ahí al futuro, sin darnos problemas para comprender ni para no perdernos.
Detrás de un cuarentón rutinario y soñador se esconde el adolescente que todos llevamos dentro, y que sale a la luz en cuanto se cruzan unos enormes ojos de juventud. El tío se pasa toda la novela buscando el polvo de su vida, lo roza, casi lo alcanza pero nunca lo conseguirá. Sueña con una musa que no tiene que ver con la realidad, fantasea con la mirada de una chica sin pararse a pensar que ni siquiera la conoce.
Atravesar el Río de la Plata en busca de plata, buscando El Dorado de dólares, amor y placer, sin recoger los remos de la barca de Caronte, en un viaje de ida y vuelta o de ida y huida. Sueños de seductor, sueños de hotel caro, amor platónico y sexo carnal.
Mairal recuerda a Borges-Forges y la poesía se hace chiste cuando recuerda haber pagado una pasta gansa por la 262, que aparte de ser capicúa solo  sirvió para que durmiese Rimbaud.
Y Cortázar se hace presente en su capítulo 68 de Rayuela; los chistosos forgianos diréis: "¡vaya el 68!, por un pelín...", pero es que la vida de Lucas Pereyra se queda en ese "vaya, por un pelín...", amor frustrado, polvo frustrado, plata frustrada ¡¡¡la concha de la mina del cerquillo sacado!!!, mejor me vuelvo a casa con el Nesquik de mi niño y me dejo de Brasiles y Montevideos, que los pesos uruguayos los carga el diablo.
Y así, soñando ser el Horacio Oliveira amante de la Maga en Rayuela, recuerda:
"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias." 
Y así, nuestro Lucas Pereyra, emulando a Rayuela, expone su visión de los cuernos más apoteósicos y cortazarianos que puedan existir:
"Te voy a recetar una crema para que te apliques en el área repijoteada, la zona endogárchica, la irritación jermupirática, es excelente, te disminuye la córnea craneana, cura la ciervatitis crónica, desata el nudo cornudeano"
Bueno, va siendo hora de acabar porque la crónica va a ser más larga que el libro, lo cual no es nada complicado.
Por cierto, si alguien se quedó con la misma duda que corroe desde entonces a nuestro Lucas, les diré que la señorita Guerra, Magalí War, le robó toda la plata que guardaba junto a su linda pija. ¿Qué por qué lo sé?, porque me gasté mucha plata en un detective privado, el mismo que pilló a Maradona con la coca en Los Lebreros y en la nariz, y averigüé que la muy cabrona compró un pasaje para Sevilla y acá montó una peluquería de señoras, en pleno Eduardo Dato.
¿No se lo creen?, miren la foto que me mandó el detective (se la he mandado a Mairal, porque me da que hay algo de autobiografía en todo esto).

Ricardo Ferreiro


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